miércoles, 31 de agosto de 2011

ようこそ!

Lost In Translation siempre ha estado en mi top 10, a pesar de que es una de las películas más lentas de la historia, no sé si Andrea tenga razón al decir que mi DDA influye en que me gusten las películas sin trama, lo cierto es que ahora esa película tiene un significado completamente distinto para mi.

Caminar por la estación de Shinjuku en pleno rush hour, luego de 24+ horas de viaje, 13:30 horas de diferencia, guíados por un montón de japoneses que te acaban de invitar un almuerzo en un restaurante subterraneo, donde comiste algo que no tienes la más mínima idea de que es, es una verdadera experiencia psicodélica.

Antes de este viaje la palabra "jetlag" no tenía ningún significado para mi. En la cola para embarcar el avión vimos a una persona haciendo yoga y Patricia apareció a dos segundos de abordar para despedirse tras una persecusión del mejor estilo Ross-Rachel. El avión estaba lleno de chinos, uno de ellos abrió en pleno vuelo una especie de hoja de plátano rellena de quien sabe qué, mi pregunta en realidad es: cómo ESO pasó los 9128372 cordones de seguridad de la guardia nacional. Sí, el viaje fue raro desde el comienzo.

No sabría explicar qué se siente viajar por 24 horas, cuando dormir 8 horas no es suficiente para no aburrirte en el trayecto. Caracas-Paris-Tokio: yo vi tres películas e infinidad de capítulos de series, Charles no sé cómo, en TODO ese tiempo SIEMPRE estuvo viendo Kung Fu Panda.

Lo primero que hice al aterrizar en Tokio fue ir al baño. No importa qué tan mentalmente preparado vayas para las pocetas tecnológicas, siempre puedes terminar apretando un botón que en lugar de flushear la poceta, te REPRODUCE un sonido de "flushing"... en mi defensa, decía flush.

Los primeros tres japoneses que conocí nos estaban esperando en el aeropuerto, la primera japonesa que saludé me dijo: "Mucho gusto, qué tal el viaje?" No, no estoy traduciendo el japonés... tampoco estoy traduciendo el inglés. De verdad tengo que agradacerles lo mucho que nos ayudaron ese día para poder llevar las maletas de 900 kilos al hostel, el almuerzo super extrañamente rico que nos brindaron y la fiesta a la que nos llevaron. A pesar del jetlag, a pesar de que la cronología de las cosas de ese día se me deshaga en la cabeza, nada igualará despertar en el lobby de un edificio desconocido, a plena tarde después de una siesta, con el reloj biológico destrozado, rodeado de miles y miles de japoneses preparados para decirnos: yokoso!